a mí, sí

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martes, 20 de noviembre de 2012

EL JARDINERO (RABINDRANATH TAGORE)

Desde que retomé mis antiguos gustos literarios, desde que decidí dedicar parte del tiempo de lectura a repasar viejos textos, viejos poemas que en su día me enamoraron, voy redescubriendo todo un mundo de belleza que siempre siguió ahí, pero del que, ya no recuerdo muy bien por qué, me fugué hace años.

Mientras me voy embriagando de la belleza descriptiva de la naturaleza y del pueblo cosaco que Mijail Sholojov borda en El Don Apacible, del que hablaré otro día, repaso por otro lado algunas lecturas más livianas, recuerdos de otros tiempos de mi vida que se empeñan ahora en retornar.

Otro de mis autores favoritos, por aquellos tiempos, era Rabindranath Tagore, el poeta, filósofo, artista, dramaturgo, músico, novelista y autor de canciones bengalí, Nobel de 1913.



Recuerdo la hermosa experiencia que supuso leer Gora, pero lo que hoy cayó en mis manos es El Jardinero.

Este pequeño prólogo solo pretende servir de introducción al comienzo de esta obra, el relato corto que le da nombre. Me parece de una belleza embriagadora.

Disfrutadla, por favor.



El jardinero


Rabindranath Tagore





El servidor: —¡Oh, Reina, ten piedad de tu servidor!

La Reina: —Terminó ya la asamblea, y todos mis servidores se han ido. ¿Por qué vienes tan tarde?

El servidor: —Mi hora llega cuando la de los demás ha pasado. Dime qué trabajo ordenas al último de tus servidores.

La Reina: —¿Qué puedo ordenarte, si es tan tarde

El servidor: —Hazme jardinero de tu jardín.

La Reina: —¿Qué locura es ésta?

El servidor: —Renunciaré a cualquier otra tarea, abandonaré al polvo mis lanzas y mis espadas. No me envíes a lejanas cortes. No me pidas nuevas conquistas: hazme jardinero de tu jardín.

La Reina: —¿Y en qué consistirá tu servicio?

El servidor: —En llenar tus ocios. Conservaré fresca la hierba del sendero por donde vas cada mañana y donde, a cada paso tuyo, las flores deseosas de morir bendicen el pie que las pisa. Te meceré entre las ramas del septaparna mientras la luna, apenas levantada en la noche, intentará besar tu vestido a través de las hojas. Llenaré con aceite perfumado la lámpara que arde junto a tu lecho y adornaré tu escabel con maravillosas pinturas de azafrán y sándalo.

La Reina: —¿Y cuál será tu recompensa?

El servidor: —Que me des permiso para tener entre mis manos tus pequeños puños, que parecen capullos de loto, y para rodear tus brazos con cadenas de flores; que pueda teñir las plantas de tus pies con el zumo encarnado de los pétalos de ashoka, y recoger, con un beso, la mota de polvo que pueda posarse en ellos.

La Reina: —Tus ruegos han sido escuchados.

Serás el jardinero de mi jardín.

3 comentarios:

  1. Que bella mariposa se poso sobre rabidranaz , semejante amor rayano en la casi adoracion . El amor q se mece , q va y viene ,q deja sus marcas aqui y alla

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