a mí, sí

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lunes, 10 de diciembre de 2012

EL JARDINERO - 2 (RABINDRANATH TAGORE)

Seguimos con otros ejemplos de la pluma de Rabindranath Tagore. Como en la anterior ocasión, extraídos de El Jardinero.

Como corre la gacela, embriagada en su propio perfume, hacia la sombra del bosque, así corro yo.
La noche es noche de mayo, la brisa es brisa de mediodía.
Pierdo mi camino, yerro; busco aquello que no puedo encontrar; encuentro aquello que no busco.
Se levanta en mi corazón la imagen de mi deseo, y la veo danzar ante mis ojos.
La centelleante visión asciende.
Intento atraparla, pero se escapa y me deja extraviado.
Busco aquello que no puedo encontrar; encuentro aquello que no busco.




Y otra belleza de texto.

Tu mirada, ansiosa y triste, quiere adivinar mi pensamiento.
También la luna quiere penetrar en el mar.
Conoces toda mi vida, pues nada te escondí. Por ello no sabes nada de mí:
Si mi vida fuera una gema, la rompería en cien pedazos y con ellos haría un collar que pondría en tu cuello.
Si mi vida fuese una simple flor, pequeña y suave, la arrancaría del tallo para colocarla en tu pelo.
Pero mi vida es un corazón, amada mía ¿y cuáles son sus límites?
No conoces las fronteras de este reino, a pesar de reinar en él.
Si mi corazón no fuera más que placer, florecería en una sonrisa feliz y lo comprenderías en un instante.
Si no fuera más que dolor, se derramaría en claras lágrimas y reflejaría en silencio su secreto.
Pero es amor, amada mía.
Su placer y su dolor son infinitos, su miseria y su riqueza son eternas.
Está tan cerca de ti como tu misma vida, pero nunca podrás conocerlo del todo.





martes, 20 de noviembre de 2012

EL JARDINERO (RABINDRANATH TAGORE)

Desde que retomé mis antiguos gustos literarios, desde que decidí dedicar parte del tiempo de lectura a repasar viejos textos, viejos poemas que en su día me enamoraron, voy redescubriendo todo un mundo de belleza que siempre siguió ahí, pero del que, ya no recuerdo muy bien por qué, me fugué hace años.

Mientras me voy embriagando de la belleza descriptiva de la naturaleza y del pueblo cosaco que Mijail Sholojov borda en El Don Apacible, del que hablaré otro día, repaso por otro lado algunas lecturas más livianas, recuerdos de otros tiempos de mi vida que se empeñan ahora en retornar.

Otro de mis autores favoritos, por aquellos tiempos, era Rabindranath Tagore, el poeta, filósofo, artista, dramaturgo, músico, novelista y autor de canciones bengalí, Nobel de 1913.



Recuerdo la hermosa experiencia que supuso leer Gora, pero lo que hoy cayó en mis manos es El Jardinero.

Este pequeño prólogo solo pretende servir de introducción al comienzo de esta obra, el relato corto que le da nombre. Me parece de una belleza embriagadora.

Disfrutadla, por favor.



El jardinero


Rabindranath Tagore





El servidor: —¡Oh, Reina, ten piedad de tu servidor!

La Reina: —Terminó ya la asamblea, y todos mis servidores se han ido. ¿Por qué vienes tan tarde?

El servidor: —Mi hora llega cuando la de los demás ha pasado. Dime qué trabajo ordenas al último de tus servidores.

La Reina: —¿Qué puedo ordenarte, si es tan tarde

El servidor: —Hazme jardinero de tu jardín.

La Reina: —¿Qué locura es ésta?

El servidor: —Renunciaré a cualquier otra tarea, abandonaré al polvo mis lanzas y mis espadas. No me envíes a lejanas cortes. No me pidas nuevas conquistas: hazme jardinero de tu jardín.

La Reina: —¿Y en qué consistirá tu servicio?

El servidor: —En llenar tus ocios. Conservaré fresca la hierba del sendero por donde vas cada mañana y donde, a cada paso tuyo, las flores deseosas de morir bendicen el pie que las pisa. Te meceré entre las ramas del septaparna mientras la luna, apenas levantada en la noche, intentará besar tu vestido a través de las hojas. Llenaré con aceite perfumado la lámpara que arde junto a tu lecho y adornaré tu escabel con maravillosas pinturas de azafrán y sándalo.

La Reina: —¿Y cuál será tu recompensa?

El servidor: —Que me des permiso para tener entre mis manos tus pequeños puños, que parecen capullos de loto, y para rodear tus brazos con cadenas de flores; que pueda teñir las plantas de tus pies con el zumo encarnado de los pétalos de ashoka, y recoger, con un beso, la mota de polvo que pueda posarse en ellos.

La Reina: —Tus ruegos han sido escuchados.

Serás el jardinero de mi jardín.