a mí, sí

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domingo, 30 de septiembre de 2012

LA CARROÑA

En los paseos que damos con la perra por los diferentes rincones que nos ofrecen nuestras queridades Merindades es bastante habitual el encontrar restos de animales, patas desmembradas, huesos ya limpios...

Ayer, paseando por las campas que se extienden en el alto del Cabrio, frente a Bercedo de Montija, vimos un buen número de buitres sobrevolando la zona. Impresionan cuando les ves acercarse, expectantes. Te dan ganas de gritar "¡Estoy vivo!", por si acaso.

Entre unos matojos, nos hemos topado con el, es de suponer, objeto del interés de estas rapaces. Se trataba de un pobre corzo muerto. Se había refugiado allí para pasar sus últimos momentos. Ya le tenían localizado, pués los cuartos traseros ya habían servido de alimento a los carroñeros. Curiosamente, los delanteros y la cabeza estaban aún intactos.

Por esas típicas relaciones mentales, no he podido evitar recordar uno de mis poemas favoritos y he decidido compartirlo en este blog.

De la pluma de Baudelaire, "La carrroña":

Recuerda lo que vimos, alma mía,
esa mañana de verano tan dulce:
a la vuelta de un sendero una carroña infame
en un lecho sembrado de guijarros,

con las piernas al aire, como una mujer lúbrica,
ardiente y sudando los venenos
abría de un modo negligente y cínico
su vientre lleno de exhalaciones.

El sol brillaba sobre esta podredumbre,
como para cocerla en su punto,
y devolver ciento por uno a la gran Naturaleza
todo lo que en su momento había unido;

y el cielo miraba el espléndido esqueleto
como flor que se abre.
Tan fuerte era el hedor que tú, en la hierba
creíste desmayarte.

Zumbaban las moscas sobre este vientre pútrido
del cual salían negros batallones
de larvas que manaban como un líquido espeso
por aquellos vivientes andrajos.

Todo aquello descendía y subía como una ola,
o se lanzaba chispeante
se hubiera dicho que el cuerpo, hinchado por un aliento vago,
vivía y se multiplicaba.

Y este mundo producía una música extraña
como el agua que corre y el viento
o el grano que un ahechador con movimiento rítmico
agita y voltea con su criba.

Las formas se borraban y no eran más que un sueño,
un esbozo tardo en aparecer
en la tela olvidada, y que el artista acaba
sólo de memoria.

Detrás de las rocas una perra inquieta
nos miraba con ojos enfadados,
espiando el momento de recuperar en el esqueleto
el trozo que había soltado.

Y, sin embargo, tú serás igual que esta basura,
que esta horrible infección,
¡estrella de mis ojos, sol de mi naturaleza,
tú, mi ángel y mi pasión!

¡Sí! tal tú serás, oh reina de las gracias,
después de los últimos sacramentos,
cuando vayas, bajo la hierba y las fértiles florescencias,
a enmohecer entre las osamentas.

Entonces, oh belleza mía, di a los gusanos
que te comerán a besos,
¡que he guardado la forma y la esencia divina
De mis amores descompuestos!


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